31/12/09

El último post del año...

Faltan unos pocos minutos para que comiencen las campanadas que marcarán el fin de este año y el comienzo de una nueva etapa llena de días por estrenar, secretos que descubrir y experiencias que vivir.

La verdad es que pese al rito de las uvas y empezar el año engollipado, con suerte, o atragantado y tosiendo (en numerosas ocasiones) no he podido evitar reflexionar sobre cómo es posible seguir la evolución de una persona basándonos en su manera de festejar los diferentes fines de año que se han sucedido en su vida.

El recuerdo de mi primer fin de año se pierde en la bruma de la memoria y los siguientes son una confusa y borrosa sucesión de imágenes y sensaciones donde se mezclan antifaces, gorros de cartón, serpentinas, los lavafrutas de cristal marrón que contenían las uvas y el olor a madera noble del dormitorio de mis abuelos, donde compartíamos el Especial de Año Nuevo con que nos obsequiaba la por aquel entonces exclusiva TVE.



El primer año nuevo que recuerdo especialmente (así sin consultar los álbumes de fotos, auténtico reservorio de recuerdos congelados) es aquel que pasé en Sevilla en un cotillón donde mi amigo "Buyo" iba a trabajar de DJ... Recuerdo a una chica con la que bailé, el sabor de la nicotina en sus labios y nuestra escapada a la azotea del edificio. Me gustó tanto la experiencia que al año siguiente convencí a mi amigo Ramón para que comprásemos las entradas a un fiestorro de Huelva al que supuestamente acudirían las compañeras de clase de mi prima Miércoles (que por aquel entonces estudiaba para azafata, aunque posteriormente se decantaría por otros menesteres...). Acudí a la fiesta con una chaqueta marrón y corbata, para descubrir que la única mujer que allí había era la novia de uno de los asistentes... Nos encontramos a un compañero de internado con el que decidimos colarnos en un macro cotillón vecino y en este punto mis recuerdos incluyen el salto de una valla, una apresurada carrera por el húmedo césped y una gran nave atestada de gente en la que me debatí entre la irresistible oferta de barra libre y la angustiosa e imperiosa necesidad adolescente de encontrar a alguien con quien compartir esa primera noche del año.

Los siguientes años los pasé en bares, en compañía de mis amigos de instituto y facultad, en un hotel de San Francisco, sintiéndome solo y miserable bajo una lluvia de globos y en Kenia, compartiendo una mágica noche en un hotel construido sobre la copa de un enorme árbol con una preciosa huerfanita peruana adoptada por un simpático matrimonio alemán… Así hasta que llegamos a aquel año en que desvelé a mis padres un secreto, que compartimos en una finca de Aljaraque con mis dos mejores amigos, la novia de uno de ellos y mis tres perros... Una comunión casi perfecta y más de mil kilos de leña quemados en una sola noche.



El éxito de esa celebración propició la repetición de la jugada con mayor o menor éxito, hasta que el desgaste terminó por despojarla de el encanto que la caracterizaba (como decía uno de los personajes de Stephen King en La Tormenta Del Siglo: "El infierno es repetición") y a partir de ese momento, algo se rompió dentro de mí y el festejar el fin del año se convirtió en un mero trámite sin ilusión ni alicientes, excepto una ocasión compartida con la persona más quiero en el mundo y cuyo recuerdo aún me acompaña en esta época en la que nos toca vivir separados.

Seguiría desbarrando un buen rato, pero se acerca el momento mágico de la transición entre un año y otro, por lo que debo contar mis uvas para asegurarme de que no hay ni once ni trece... Además de discutir con mi padre para evitar comenzar el año con la recientemente proclamada "voz del pueblo" (La Esteban) intentando ejercer de maestra de ceremonias con su rostro desfigurado por una cirugía kamikaze, sus modales de porqueriza y sus ínfulas de princesa del extrarradio...



FELÍZ AÑO NUEVO A TOD@S!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

Pd. Algunos pensarán que he tenido muy mala follá (como dirían los granaínos) al elegir la última foto de este post... No voy a negarlo, pero es que me supera la cantidad de buenos en nada que pululan por las putrefactas parrillas de programación de nuestras televisiones ganando cantiddes obscenas de dinero por hacer lo que mejor se les da: NADA.

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