6/4/10
Mamá ha muerto hace cinco minutos...
Hoy, a las 7AM, tras menos de tres horas de sueño y un viaje de casi 700 km en coche, me he despertado con una de esas noticias que uno nunca espera recibir. He cogido el móvil y releído varias veces el texto del mensaje… Al principio pensé que se trataba de uno de esos sueños tan reales que uno vive como propios, en espera de que una pequeña discrepancia, o un detalle incongruente, nos permita darnos cuenta de que se trata de un paisaje onírico, devolviéndonos el control y la capacidad de reconducir nuestro sueño o, si lo preferimos, despertar y volver al mundo real.
Mama a muerto hace 5 minutos… Seis palabras que han cambiado mi mundo para siempre.
Tras unos minutos para asimilar el hecho de que ya no volveré a ver a mi abuela, he tomado el teléfono para realizar una de las llamadas más difíciles de mi vida. Una de esas llamadas que no quieres hacer, pero que te hacen sentir como un cobarde cada minuto que la pospones. Al otro lado de la línea estaba mi madre, desconsolada por la pérdida, no sólo de su madre, sino de una etapa de su vida y de gran parte de su familia…
Mi abuela era la hija de un rico terrateniente extremeño y sobrevivió a nuestra guerra civil entre el acoso y las palizas de los milicianos republicanos, pudiendo incluso encontrar el amor en el proceso. Siguiendo a su marido se asentó en Huelva, construyendo un oasis de vida y naturaleza en el corazón de una de las ciudades más contaminadas de España, un vergel que debería haber sido su legado y el patrimonio de todos los onubenses y que, por la codicia de ciertos “empresarios” de la construcción apoyados por algunos políticos corruptos, tuvo que cambiar por un céntrico piso tras la muerte de mi abuelo.
Mi abuela era la argamasa que mantenía unida a mi extraña familia, digna de haber sido retratada por Visconti en una secuela de “La caída de los dioses”, era la artífice y anfitriona de nuestros reencuentros navideños y de la convivencia veraniega en una vieja y atestada casa junto al club náutico de Punta Umbría… Era la que ampliaba y daba sentido a mi familia más allá de las tres personas que, de momento, componen mi tribu personal.
“Mamá-Abuela” Así la llamábamos sus nietos… Y era más una definición que un apodo cariñoso, porque en un momento u otro de nuestras vidas ella ejerció simultáneamente ambos roles. No sólo sobrevivió a la guerra, sino al cambio continuo y frenético de los tiempos que transformó el mundo que ella conocía, más cercano a la Edad Media que a la amalgama informe, estresada y esquizoide que es hoy en día.
Ella era una creyente convencida e hizo todo lo posible por ganarse un hueco en su cielo… Yo espero que lo haya conseguido, pero como no puedo permitirme creer, me limito a repetirme, entre lágrimas, que ella vivirá en nuestros corazones y en nuestros recuerdos: En cómo me dejaba morder su brazo cuando de pequeño me tenían que poner una inyección, en el sonido que hacía al abrir y cerrar su abanico con un hábil giro de muñeca mientras se balanceaba en su mecedora favorita, en sus resoplidos mientras nadaba en la piscina, en la satisfacción que irradiaba cuando celebró sus bodas de oro, en las conversaciones que manteníamos sobre la historia reciente de nuestro país, vista a través de sus ojos y más cargada de verdad que cualquier memoria histórica subvencionada y politizada.
Mi abuelo falleció tras una larga enfermedad que le arrebató sus capacidades, su dignidad y hasta la capacidad de ser entendido al final del proceso. Mi abuela se ha ido de repente, con muchas ganas de vivir, con muchas experiencias que compartir y pidiéndome, hace menos de diez días, que le diese su segundo bisnieto… Y dejando un gran vacío que sólo el tiempo y las nuevas vivencias podrán atenuar.
Yo creía, o esperaba, que “Mamábuela” estaría en mi vida mucho más tiempo. Su marcha me ha hecho sentir sólo, insignificante y frágil… Y, una vez más, el peso de los “te quiero” nunca dichos, de las acciones pospuestas y la pereza institucionalizada, me recuerdan la brevedad de este proceso que llamamos vida y la importancia de hacer saber a quienes amamos que así es. Como le gusta decir a mi madre: “Un abrazo en vida vale por mil coronas de flores”.
Te quiero, abuela…
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4 comentarios:
lo siento david, la vida sigue. un abrazo y ánimo
Gracias Pablo...
Cuánto lo siento, primor. Te mando un beso grande para ti y otro para tu madre. Leyendo esto es cuando comienzo a entender el por qué de que tanto ella como tú seáis tan especiales.
lo siento mucho.
q buen descubrimiento tu blog, me gusta.
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